Los temas para hablar están.
El lenguaje para decir está.
El trabajo de acción ya empezó.
Solo nos falta el medio para decirlo
un altoparlante,
una voz más fuerte,
algo nuevo que ver,
para vivir,
para inspirar.
Mapping de video / Proyecto Versus/Nomada
Plazoleta del Rosario. Bogotá Colombia.
El Aparataje y sus códigos de resistencia. Razones para tener una casa sobre ruedas
La ciudad se transforma y se torna densa, pasan los años y sus dinámicas cada vez se vuelven más hostiles, la reproducción de códigos y prácticas ha logrado crear la imagen del joven como “enemigo” de la sociedad, donde represiones, paranoias, estereotipos y señalación, instalan actitudes y posturas que alimentan el desasosiego por el aspecto físico o el fastidio y repudio de encontrar un grupo de ellos ocupando [habitando] un lugar en la ciudad.
Las lógicas de exclusión de las sociedades contemporáneas han generado que las comunidades desarrollen alternativas de visibilización y prácticas de contrapoder que manifiestan las inconformidades o necesidades de sus comunidades, a partir de acciones políticas y culturales. Organizaciones de personas que se articulan y nutren de diferentes elementos y donde algunas veces las practicas artísticas se convierten en herramienta para lograr visibilizar no solo esas quejas con las que todos vivimos, sino que a su vez logra potenciar el poder de la palabra, la libre expresión y aporta al ejercicio de los derechos. Obteniendo de tal forma un instrumento político con fuertes intenciones y posibilidades para generar cambios y visibilizar procesos sociales.
Ejercicios de llevar lo privado a lo público, de llevar el arte a la calle, de construir símbolos que doten de sentido la ciudad. Intenciones de generar canales para mejorar las relaciones ciudadano-ciudad-ciudadano, “por que la imagen de Bogotá no le pertenece a ella sino a sus habitantes, ya que es el modo como los ciudadanos la representamos en nuestros pensamientos”[1], lo que construye ese imaginario, en lo cotidiano, pues “la imagen identifica a la ciudad no como es, sino como es vista.”[2] Bogotá se ha convertido en un caos no solo en su urbanismo o en su movilidad, pues la agresividad pareciera ser un patrón de comportamiento, de defensa en la calle, protección al “apetito caníbal” que parece caracterizarla.
De esta manera y como contrapoder a los antecedentes, el Aparataje callejero se presenta como un ejercicio de resistencia cultural mediante el cual se busca impulsar la reconciliación del ciudadano con la ciudad, de un sujeto y otro sujeto, esperando encontrar la manera de reivindicar lo elemental, un pretexto para generar nuevas lecturas de la calle, sus relaciones y sus maneras de habitarla. Un ejercicio que crea nuevos códigos urbanos que le permiten visibilizar un trabajo que como dice José Luis Brea: es la convergencia de unas prácticas que podemos denominar artísticas. Estas en conjunto tienen que ver con la producción significante, afectiva y cultural, y juegan papeles específicos en relación a los sujetos de experiencia. Pero no tienen que ver con la producción de objetos particulares, sino solo con la impulsión pública de ciertos efectos circulatorios: de significado, simbólicos, intensivos y afectivos.
Un dispositivo itinerante que circula por las diferentes calles de Bogotá buscando un escenario de accionar social, un instante para activar lugares que son invisibles, fomentando espacios de encuentro, reconocimiento y tolerancia que logren generar canales de interacción a través del arte rompiendo las dinámicas cotidianas y permitiendo concebir nuevas lecturas de la ciudad, de los jóvenes y sus maneras de habitarlas. “La obra de arte puede entonces consistir en un dispositivo formal que genera relaciones entre personas o surgir de un proceso social”[3], donde el aparato es el encuentro y la excusa de confrontación, no para encontrar una “identidad juvenil”, sino mas bien para construir símbolos de identificación, de persuasión y construcción social.
El Aparataje callejero es un sueño simbólico representado en un objeto, un objeto de comunicación cotidiana, de relaciones y transacciones, de las dinámicas que construyen la imagen de esa Bogotá guerrera y emprendedora. Un triciclo de carga que en su cajón contiene todas las intenciones de romper con la monotonía, con el propósito de fracturar la rutina llenando las calles con colores, propósitos, imágenes y canciones. Desechando cualquier tipo de paradigma a favor de la alta cultura, promoviendo una apropiación de la ciudad a partir de esas prácticas del arte, y construyendo una imagen de la ciudad amable y culturalmente activa.
Donde esta “CAsa” sobre ruedas ofrezca la oportunidad de soñar o imaginar la ciudad, surreal o romántica, pues, como lo dijo Lucy Lippard: el poder del arte es más subversivo que autoritario y radica en cómo conecta la capacidad de hacer con la capacidad de ver – y en su poder para hacer que otros vean que ellos también pueden hacer algo con lo que ven.
En conclusión, este aparato callejero, “Casa” sobre ruedas o como se quiera llamar, es el pretexto para construir, rodar y habitar la ciudad, sin restricciones, sin fronteras, sin excusas. Es el medio para construir dialogo, activar personas y valerse de las artes como medio y canal para una revolución de lo cotidiano, con las ganas de hacerlo y la fuerza para construirlo. Busca ser un virus que rápidamente se propague y contagie cada rincón oscuro y mal oliente de Bogotá, invita a que cada persona se sienta como en su casa, su casa puesta entre comillas.